jueves, 18 de junio de 2009

Fantasías en el aparador


LOS EMPEÑOS DE UNA CASA

Que La Casita del Amor no tenga lugar para la pornografía es un orgullo de los dueños, Macaria y Francisco, quienes abdicaron de uno de los productos de venta y renta más segura por la comodidad de sus clientas.

“A las mujeres no les gusta sentirse comparadas con otra mujer”, me explican. Para la pareja que fundó la Casita hace 7 años un 14 de febrero, el porno es un tinglado engañoso que pone a las mujeres de verdad en desventaja.

“La gente cree que lo que sucede en una película porno es la realidad. No saben de las anestesias locales para el sexo anal y sobre todo, no saben que todo está editado”.

En un mundo sin cortes de edición, como el que nos ha tocado vivir, hay que buscar la excitación en otro lado. Macaria y Francisco ponen esas otras cosas sobre la mesa (literalmente): los juguetes sexuales y los disfraces.

La Casita del Amor ha dirigido su catálogo en las compradoras, algo inusitado en una entidad, cuya apertura sexual casi siempre se ha dado de la mano de los productos “para caballeros”. Como espectador este giro me parece una idea extraordinaria. A seis años de su primera venta, La Casita ha demostrado que las mujeres son buenas compradoras de productos sexuales, principalmente porque son buenas compradoras de todo.

“El 70% de nuestros compradores son mujeres, el 20% parejas y apenas el 10% hombres solos”, me explica Francisco en un cálculo aproximado. Eso constata lo que la mayoría sospechábamos: los hombres son cicateros para cualquier otra cosa que no sea un juego de Xbox.





Uno de sus productos más exitosos son los disfraces. No me extraña. Un disfraz sensual cumple un doble atractivo irresistible para las mujeres: es un producto sexual sin dejar de ser ropa. Gracias a marcas como Leg Avenue es posible representar el papel de hada, enfermera, militar, monja o pirata, con diseños que incluso podrían servir para una fiesta de carnaval.

Pregunto cómo les va con la lencería. Me dicen que muy bien, incluso con la de hombres. No puedo evitar el gesto de malestar, para mí nada es más desagradable que una tanga masculina.

“Se venden, no mucho, pero se venden”, me dice Macaria; “las chicas le compran tangas a sus maridos o novios”.

“¿Qué mujer le compra eso a su pareja?”, me extraño. Una tanga de hombre es incluso desagradable sin hombre adentro. Es una de esas ropas, como los pantalones cholos, que nunca debieron existir.




TOY STORY

Francisco me muestra el estante de los juguetes. Los dildos y los vibradores muestran todo eso que el hombre no puede ser o hacer. Si todos esos penes de plástico –con dos o tres cabezas- fueran de verdad seríamos una horda de fenómenos de circo.

“¿Qué es esto?, ¿el pene del hombre invisible?”, le pregunto y él me explica que los falos de plástico transparente les parecen muy estéticos a ciertas mujeres.

Veo tamaños que sólo una fábrica –no la naturaleza- puede producir. Cada uno de esos penes puede matar a alguien literalmente si le cayera de un décimo piso.

“El pene de los hombres no está hecho para el placer sino para la reproducción. Lo que hacen estos juguetes es provocar todo el placer que un ser humano no puede”, considera Francisco.

Una sexóloga me explicó hace algún tiempo que por eso los vibradores pueden llegar a ser altamente adictivos. Como en aquella frase de Sex & the City, una mujer con un juguete sexual bien podría decirles a sus amigas: “Yo por lo menos sí sé de quien provendrá mi próximo orgasmo”.

Rodeado de un ejército de penes que sobrepasan los 22 centímetros uno no puede sino sentirse intimidado. Francisco me dice que ellos venden sus productos con todas las explicaciones de por medio para que no existan decepciones posteriores. A diferencia de lo que sucede cuando las mujeres conocen a un hombre y se casan con él sin estar al tanto de la más recalcitrante de sus mañas, las compradoras de la Casita salen de la tienda con todo lo que es necesario saber sobre su vibrador.

“Un día una chica regresó a los 20 minutos de comprar un vibrador. Estaba molesta porque creía que le habíamos vendido un producto defectuoso. Cuando revisé el artículo vi que en su desesperación había puesto las pilas al revés. Desde entonces todos los productos se venden con las pilas puestas y con todas las explicaciones pertinentes”.

De ahí, Macaria cuenta algunas otras historias de gente sin nombre que ha ido a su local. Señores y señoras que parecen recién salidos de la misa, parejas que fácilmente te detendrían en la calle y te regañarían por andarte besando con tu novia. Un 30% de sus clientes son mujeres casadas, y de esas, por lo menos unas cinco han malinterpretado las cosas y han ofrecido pagar por sexo.

“Entonces les decimos que no, que ese no es el giro de este negocio”, me cuenta Francisco.

A propósito del tema, pregunto si ha habido algún cliente que le haya hecho alguna propuesta indecorosa a alguna de las dos mujeres que atienden la Casita del Amor.

“Sí, pero ninguno ha sido hombre”.

Sospecho que las mujeres se desinhiben más fácilmente porque no tienen nada qué perder, salvo un “usted disculpe, no se puede”.



EL CLIENTE SIEMPRE TIENE LA SAZÓN

De historia en historia, pienso en la Casita como en una suerte de confesionario, donde la gente común y corriente va a exponer en una compra alguno de sus íntimos secretos.

“La otra vez llegó un señor de un municipio. Ya sabes, gente muy humilde. Entonces estuvo viendo una y otra vez los productos. Tocaba los empaques, veía los precios, checaba el catálogo. En un determinado momento, salió a la calle, se aseguró que no venía nadie y me dijo: Quiero todo de aquí para allá. Para darme a entender que hablaba en serio sacó de su portafolio una bolsa de nylon con un fajo de billetes como los de un despachador de gasolinera. Qué te puedo decir, me hizo el día”.

“La otra vez, una pareja entró para pedirnos todo lo que tuviéramos de Jenna Jameson, la actriz porno, porque el marido era fanático de Jenna y su mujer quería hacerle un buen regalo. Ellos fueron quienes nos explicaron el mundo de productos que existían alrededor de la actriz y nosotros se los conseguimos”.

“Creo que con las muñecas inflables era más fácil”, comento. “Sólo dejas una a medio inflar y ya tienes la cara de Jenna Jameson”.

Como última historia, Macaria y Francisco me relatan el caso de un señor cuya liquidación (casi 70 mil pesos) la iba a invertir en comprar una real doll, una de esas muñecas de silicona de tamaño real y con rasgos sorprendentemente parecidos a las de una persona, y no sólo eso sino a la que es posible armar en cara y cuerpo a gusto del cliente.

“Estuvimos a punto de conseguirla, yo iba a viajar a Estados Unidos, pero tuve un problema con la visa”, me dice Francisco con la desilusión con la que un inversionista habla de una fusión inacabada.

Finalmente les pregunto si su condición de pareja con hijos les ha ayudado a las ventas.

“Por supuesto”, me dice Francisco. “No vendemos nada que no hayamos usado, para ver si es tan bueno como dice la caja”.

Doy por terminada la plática. Dejo el local como si dejara la cama (la comparación no está exenta de simbolismos): reuniendo fuerzas para descender al mundo real.



1 comentario:

hellsheep dijo...

con todo esto que comentas creo que andas buscando un patocinio!!!! jejejeje y no estaria nada mal.

Pero no estoy de acuedo con esto:

"El pene de los hombres no está hecho para el placer sino para la reproducción. Lo que hacen estos juguetes es provocar todo el placer que un ser humano no puede”, considera Francisco".

Mi pene me a provisto de mucho placer en esta vida y sin embargo no tengo hijos a si que la premisa es falsa.
y por otra parte creo que es sano desgenitalizar un poco el acto sexual.

Saludos Eduardo!!!!!