La Villa comienza con la hermosa Jassie mirando a la cámara y diciendo a que le gusta venirse cuando hay un pene duro de por medio. No uno suyo, se entiende. Inmediatamente nos damos cuenta de que en realidad está siendo entrevistada por Janine, quien le explica que los hombres no se conforman solo con que la mujer diga toda una serie de cochinadas impronunciables sino que hay que decirlas con convencimiento y pasión (Janine no conoce a los hombres). Para que explore su potencial (vamos, para que acontezca la primera escena de sexo), Janine le pide a Jassie que intente seducir a su compañero Evan Stone. Jassie comienza con un baile. Pero como no hay música de por medio, Evan la hace de diyéi usando la entrepierna de Jassie (la técnica fue patentada por nuestro buen amigo, el Chino, pero Stone se la robó).
El tipo de la cámara piensa que el asunto no es tan divertido cuando tu única función es cargar una Sony al hombro. Janine lo entiende así y lo involucra en el entrenamiento de Jassie. Le va bien.
La escena termina y Jassie aprende una importante lección… sobre la amistad. Evan y Janine platican como los buenos amigos que son. Ahí descubrimos que Janine es escritora (¿Irá a esta edición de la FIL, dedicada a California?) y que en estos momentos sufre un bloqueo. Evan le responde: “Pues si quieres te desbloqueo”… e inmediatamente le sugiere ir a una casa de descanso que tiene a las afueras de la ciudad, para que la tranquilidad le ayude a escribir. Ella acepta.
A la mañana siguiente, Janine toma su auto y se dirige a… ¡adivinaron! La Villa.
Como saben todos aquellos que escriben para hacer una novela es fundamental andar con poca ropa. Y estos son los atuendos de Janine para escribir:
Mientras da un paseo por los alrededores, Janine descubre a un corredor que le parece muy atractivo. Y ya en la noche empieza a imaginarse al corredor, sudado y musculoso.
(La imagen no está fallada sino que da a entender que ella anda fantaseando con el atleta).
Janine escucha un ruido en la sala, de inmediato va a ver qué sucede. Desde el segundo piso observa a dos chicas que se andan besando y de inmediato descubre que también hay un sujeto con ellas.
Bueno, ya saben lo que sucede cuando hay dos chicas, un hombre y una locación en el valle de San Fernando.
Después del revolcadero, donde las chicas hacen flexiones solo posibles cuando se tienen veintitantos años, el tipo intenta besar a una de las jóvenes, que ahora se siente un poco culpable. Ella le dice eso que se dicen los enamorados en algún momento de su relación:
Él intenta forzarla, pero Janine se aparece para poner orden y correr al chico y a la otra chica de la casa. Hailey se presenta y le agradece a Janine su intervención en ese momento de crisis. “¿Me podrías decir quién eres y qué haces aquí?”, le pregunta Janine. Hailey le explica que es casa de su papá (Evan). Janine no lo entiende: ha conocido a Evan desde que hace años y no sabía que tuviera una hija. La chica le dice que nunca la quiso reconocer, pero que aún así le permite ir a su casa y le cubre sus gastos.
A la mañana siguiente, Janine se atreve a hablarle al atleta y venciendo su timidez (ya saben, en EU, una persona puede tener apariencia de una milf, un tatuaje de la capilla Sixtina en el brazo, un cuerpo de ensueño y aún así darse el lujo de ser tímida) lo invita a cenar. Él, como el deportista que es, le responde que no puede, que se anda entrenando para el triatlón y no puede distraerse. Ella, resignada, acepta el pretexto. La noche de nuevo. “Como le hago para ser como tú”, le pregunta Hailey a Janine. “Porque tú les gustas a los hombres”. “Igual tú”.
“Pero tú mentalmente, a mí sólo quieren cogerme”.
Janine piensa que es verdad y se siente afortunada que a ella la quieran por lo que piensa y no porque se la quieran coger.
“Espera un poco más, date tu tiempo”, le aconseja Janine.
“Es que siempre estoy caliente”, se justifica la otra.
“Eso está bien, pero los chicos deben esforzarse más para conseguirte”, concluye Janine.
Hailey sonríe y como agradecimiento por esa valiosa enseñanza le mete la lengua a Janine en la boca. Su labor como motivadora sexual le da a Janine las fuerzas necesarias para aclarar su situación con el triatleta. Se presenta en el bar, donde éste trabaja. Tianna, quien también trabaja en el mismo lugar, se da cuenta. Como odia a Janine por haberla sacado de su casa, idea un plan maquiavélico: se mete un consolador en el trasero.
¿Qué quería lograr con eso? La verdad no lo sabemos bien, pero funciona, porque mientras Janine y el corredor platican, Tianna se aparece y ya sabemos que una mujer desnuda en el mismo lugar donde trabaja el tipo que te gusta sólo significa una cosa: celos, celos y más celos. “Mira tienes a una mesera con una cosa enorme en el culo”, le dice Janine al sujeto y se marcha indignadísima. Después de haber perdido a la mujer que amaba, el corredor regresa con Tianna y, agobiado, le da una lección sobre el valor de la verdad. Por su parte, Janine, después de haber perdido al hombre que ama vuelve a casa y hace lo propio. Después de la ducha, Hailey sale al jardín, mientras Janine la observa desde la casa. Y ¡oh, sorpresa! frente a la chica se aparece el triatleta. Se besan en la piscina y se sumergen en ella. No se sabe si es su imaginación o una metáfora del amor entre dos seres, que Hailey y el atleta aparecen en una especie de camarote submarino. Ahí tienen sexo desenfrenado y el tipo hace lo que mejor se supone que sabe hacer: correrse. Los dos salen a la superficie y Janine los sorprende y le reclama al corredor su presencia en la casa y el haberse ponchado a la hija de su mejor amigo, a quien ella se había agasajado horas antes bajo la ducha. Discuten. Ella lo empuja y él cae en la piscina y muere (¿Porrrrrr qué?). Janine y Hailey lo sacan de la piscina. “Ay”, dice la joven, “no sabía que el rigor mortis empezaba por el pene”. Ambas mujeres creen que lo mejor es enterrarlo en su mismo jardín y así lo hacen.
Al día siguiente, el jardinero de la casa –para variar, un tipo fornido- empieza a tener curiosidad por ese inexplicable montículo de tierra. Janine sabe que si él descubre el cuerpo está perdida por lo que opta por seducir al jardinero.
Lo consigue (no le resulta nada difícil, el jardinero venía erecto desde que salió a cuadro).
En la siguiente escena, Janine teclea unas palabras más y termina su novela. Como su buen amigo Evan ha ido a visitarla, le da una copia y él alaba el manejo de los personajes, la metanarrativa, el uso de una prosa en octosílabos y sus afinidades con El arco iris de gravedad de Thomas Pynchon. Ella le dice que la acompañe, que le presentará a algunas personas. En el jardín, están el corredor muerto, Tianna, Hailey y un montón de gente más. Son sus personajes. Ahí nos damos cuenta que ninguno de ellos existió en la realidad y sólo en la imaginación de Janine. Para celebrar tan curioso encuentro entre autor y personajes, Tiana pone el punto final con un squirting.
Y fin.NOTA: Por cierto, cualquier parecido con ESTA PELÍCULA es pura coincidencia
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